La Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes (2019-2020) de Unicef Argentina reveló que el 59% de chicas y chicos entre 1 y 14 años experimentó prácticas violentas de crianza; el 42%, castigo físico (incluye formas severas, como palizas y golpes con objetos), y el 51,7%, agresión psicológica (como gritos, amenazas, humillaciones). Los números reflejan una situación que debería alertar a quienes trabajamos con familias. Los interrogantes en relación a esta situación son amplios y tienen varias aristas.
Según UNICEF, los malos tratos en la infancia pueden tener consecuencias graves y duraderas en el desarrollo físico, emocional y cognitivo de los niños. Algunas de las consecuencias más comunes incluyen desde impacto en la salud física ya que los niños que sufren maltrato pueden experimentar problemas de salud física, como lesiones, retraso en el crecimiento y desarrollo, y problemas de salud mental.Impacto en la salud mental, el maltrato en la infancia puede aumentar el riesgo de problemas de salud mental, como depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y trastornos de la conducta alimentaria.Problemas de comportamiento, los niños que han sido maltratados pueden mostrar comportamientos agresivos, desafiantes o antisociales, así como dificultades en el control de los impulsos y en las relaciones interpersonales. Problemas emocionales: Los niños maltratados pueden experimentar dificultades para regular sus emociones, lo que puede llevar a problemas de autoestima, confianza en sí mismos y habilidades sociales. Dificultades académicas debido a que le maltrato en la infancia puede interferir en el rendimiento académico de los niños, debido a problemas de concentración, memoria y habilidades cognitivas . Por último, puede llevar a replicar los ciclos de la violencia, porque tienen un mayor riesgo de perpetuar el ciclo de la violencia, ya sea como víctimas o como agresores en el futuro.
Muchas de las conductas disruptivas o complejas que presentan muchos niños, son fácilmente catalogadas y medicadas. El problema es que la desregulación emocional es producto del efecto de crianzas nocivas. Las neurociencias trajeron un aporte valiosísimo para entender cómo se desregula el cerebro de los niños y niñas frente al grito, al golpe y al insulto. El problema es que estos niños desregulados son diagnosticados muchas veces por el relato de los padres y docentes y así se cierra el círculo de atención.
“Estamos frente a una dificultad importante en estas épocas: muchos niños son catalogados tempranamente de un modo que toma sólo en cuenta las conductas, y no sólo eso, sino que los encierra, siendo muy pequeños en diagnósticos que son invalidantes. Es decir, los deja atrapados en un “ser” que no da posibilidades de modificación ni tiene en cuenta las transformaciones propias de la infancia, la niñez y la adolescencia”. (Barcala, 2019, 49).
Asimismo (Fernández Moya, 2006) afirma que “la creciente estrechez de miradas de muchos especialistas” en lo que concierne a la atención de la salud mental. Genera una mirada que divide, y estudia los elementos de una familia individualmente. Y que deja a los demás miembros de la familia expuestos a significaciones personales muchas veces erradas.